Las 5G deben trascender los linderos de un gobierno de turno y convertirse en un programa de Estado.
Superar un rezago de más de medio siglo en materia de infraestructura resultaba años atrás en un planteamiento incomprensible, casi utópico. Durante las décadas recientes, no obstante, y en contravía de lo que entonces porfiaban los más escépticos, finalmente el país logró entender la necesidad de embarcarse en un proceso orientado a transformar, para bien, sus carreteras, sus puertos marítimos y fluviales, así como sus terminales aéreas y, en lo posible, sus corredores férreos.
Hoy, esa empresa tendiente a modernizar la infraestructura que se despliega por la geografía nacional puede palparse en apuestas tan ambiciosas como el programa de concesiones viales de cuarta generación 4G. Un conjunto de 29 proyectos tan estratégicos como indispensables para la competitividad, la conectividad y el desarrollo carretero del país, y que a estas alturas ha demandado inversiones que rondan los $ 25 billones. Su avance total es, actualmente, cercano al 55 %, y tan solo en los últimos dos años ha generado más de 63.000 empleos.
Es evidente, entonces, que las 4G allanaron el camino que conduce a la modernización. Tanto es así que ahora el Gobierno está jugado a fondo por lo que ha denominado las concesiones del Bicentenario o programa 5G. Se trata de un paquete de iniciativas que desde una mirada filosófica recoge, en principio, las experiencias financieras e institucionales aprendidas del modelo 4G y, por otra parte, se soporta sobre las bases del respeto al medioambiente y del impacto positivo sobre la sociedad.
Para dar una mirada general, las concesiones del Bicentenario están estructuradas en dos fases que incluyen proyectos carreteros, portuarios, aeroportuarios y férreos. Su primera ola, conformada por 15 iniciativas, tendrá una inversión de $ 21 billones y generará más de 633.000 plazas de trabajo (93.000 directas y más de 540.000 indirectas).
Es, a todas luces, una apuesta de enorme envergadura. Ahora, vale la pena reflexionar sobre la necesidad de que las 5G, que apenas se gestan, deben trascender los linderos de un gobierno de turno y convertirse en un programa de Estado, de largo aliento. Si se tiene en cuenta esto último, el espíritu de las 5G –valga decir, sólidamente fundamentado desde lo técnico– debería ir más allá de un listado predeterminado de proyectos: bien podría estar en función y en la búsqueda de cuanta iniciativa nueva demande la competitividad, la conectividad y la modernización del país.